HAMPSTEAD
Como un pájaro con el ala quebrada
que hubiera viajado años por el aire,
como un pájaro incapaz de soportar
el viento y la tormenta,
va cayendo la tarde.
Sobre la yerba verde
todo el día habían danzado tres mil ángeles
desnudos como el acero,
pálida va cayendo la tarde.
Los tres mil ángeles
plegaron sus alas y alumbraron
un perro
olvidado
que ladra
solitario
y busca a su amo
o al Juicio Final
o un hueso.
Ahora busco yo un poco de sosiego,
me bastaría una choza en una colina
o en una playa,
me bastaria ante mi ventana
una sabana teñida de añil
extendida como el mar,
bastaría en mi maceta
un clavel aunque fuera artificial,
un papel rojo enrollado en un alambre
y que el viento pudiera dominarlo,
el viento sin esfuerzo
cuanto quisiera.
Iría cayendo la tarde.
Resonaría el eco del rebaño bajando a su majada,
como un pensamiento sencillo y feliz
y caería yo en el sueño
porque no tendría
ni una vela que encender
ni luz,
para leer.
EPITAFIO
Los tizones en la niebla
eran rosas enraizadas en tu corazón,
la ceniza velaba tu rostro
cada mañana.
Desbrozando sombras de cipreses
un verano te marchaste.
¿Ha pensado alguien leer el destino de una montaña como
quien mira la palma de la mano?
UN VIEJO A LA ORILLA DEL RÍO
A Nanis Panayotópulos
Hay que considerar sobre todo cómo avanzamos.
Sentir no basta, ni pensar, ni moverse,
ni arriesgar el cuerpo frente a una vieja tronera
cuando el aceite hirviendo y el plomo fundido surcan
las murallas.
Hay que considerar sobre todo hacia qué avanzamos,
no como querrían nuestro dolor y nuestros hijos hambrientos
ni el abismo entre nosotros, ni los compañeros que gritan desde
la otra orilla,
ni como lo susurra la luz mortecina del hospital improvisado,
la luminosidad de botiquín sobre la almohada del joven
recién operado al mediodía.
Más de algún modo debe ser; yo diría como
el largo río que nace de los grandes lagos encerrados
en el fondo de África
que antaño fue un dios y luego camino, don, juez y delta
que nunca es el mismo, como enseñan los antiguos sabios
y sin embargo siempre es el mismo cuerpo, el mismo lecho
y el mismo Símbolo,
la misma orientación.
(...)
CALIGRAMA
Velas sobre el Nilo,
pájaros sin canto, con un ala
buscan en silencio la otra;
acarician, en la ausencia del cielo,
el cuerpo de mármol de un efebo:
escribiendo con tinta invisible en el azul
un clamor desesperado.
Las casas que tenía me las quitaron. Ocurrió
que fueron años bisiestos: guerra, devastación, exilio.
Unas veces el cazador encuentra aves migratorias
otras, no; la caza
en mis tiempos era buena, el plomo alcanzó a muchos;
los demás vagan sin rumbo o enloquecen en los refugios.
No me nombres a la alondra ni al ruiseñor
ni al diminuto aguzanieves
que traza figuras con su cola en la luz.
No sé mucho de casas,
sé que tienen su linaje, nada más.
Nuevas al principio, como niños
que juegan con las franjas del sol en los jardines,
bordan postigos de colores y puertas
relucientes sobre el fondo del día;
cuando las ha concluido el arquitecto cambian,
fruncen el ceño o sonríen e incluso se obsesionan
con los que se quedaron, con los que partieron,
con los que volverían si pudieran
o con los que se perdieron, ahora en el mundo
se ha vuelto un albergue inmenso.
No sé mucho de casas,
recuerdo sus gozos y sus penas
cuando me detengo alguna vez en mi camino;
incluso
alguna vez junto al mar, en alcobas vacías
con una cama de hierro, sin nada mío,
contemplando la araña crepuscular pienso
que alguien está a punto de llegar, que lo visten
de ropas blancas y negras, con joyas multicolores
y que en torno suyo hablan en voz baja mujeres venerables
de cabello gris y encajes sombríos,
que se prepara para venir a despedirme;
o que una mujer de pestañas infatigables y fino talle,
de regreso de los puertos meridionales,
Esmirna, Rodas, Siracusa, Alejandría,
de ciudades cerradas como cálidos postigos,
con perfume de frutos dorados y de yerbas,
va subiendo los peldaños sin mirar
a los que se han dormido bajo la escalera.
Las casas, como sabes, se enojan en seguida cuando las desnudas.
–"Escucha esto. Bajo la luna
las estatuas a veces se comban como la caña
entre frutos vivientes –las estatuas;
y la llama se vuelve adelfa fresca,
la llama que abrasa al hombre, me refiero".
–"Es la luz... sombra de la noche..."
–"Quizá la noche que se ha abierto, granada celestial,
oscuro regazo, inundándote de estrellas
al fragmentar el tiempo.
Sin embargo las estatuas
a veces se comban, partiendo en dos
el deseo como un durazno; y la llama
se vuelve beso en los miembros, un sollozo,
y después hoja fresca que arrastra el viento;
se comban, se vuelven ligeras, con un peso humano.
No lo olvides".
–"Las estatuas están en el museo".
–"No, te persiguen, ¿cómo es que no lo ves?
te persiguen con sus miembros amputados,
con su rostro de otro tiempo, que tú no conociste
y sin embargo reconoces.
(...)
Como cuando
al volver de tierra extraña abres por azar
un viejo baúl cerrado largo tiempo
y encuentras los jirones de las ropas que vestías
en horas felices, en fiestas rebosantes de luz
y de color, reflejos que del todo se apagaron
de los que sólo queda el aroma de la ausencia
de un rostro joven. En realidad, no son esos
los despojos: la ruina eres tú.
Te persiguen con una extraña virginidad
en casa, en la oficina, en las recepciones
de gente importante, en el miedo inconfesable del sueño.
Hablan de sucesos que quisieras que no hubiesen ocurrido
o que ocurrieran años después de tu muerte,
algo difícil porque..."
–"Las estatuas están en el museo.
Buenas noches".
–"... porque las estatuas no son reliquias,
somos nosotros. Las estatuas apenas se comban levemente... buenas
noches".
(...)
EURÍPIDES EL ATENIENSE
Envejeció entre las llamas de Troya
y las canteras de Sicilia.
Gustaba de las grutas en la playa y de los paisajes del mar.
Vio las venas de los hombres
como una red donde los dioses nos atrapan como a alimañas;
intentó romperla.
Era hosco y escasos fueron sus amigos;
cuando llegó la hora y los perros lo despedazaron.
Los días son piedras. Piedras de pedernal
que chocaron al azar una con otra y soltaron dos o tres
chispas;
piedras de una era holladas por herraduras y donde
a tantos han trillado,
guijarros en el agua de efímeros anillos,
piedrecitas multicolores y húmedas a la orilla del mar,
lecitos, estelas ante las que a veces se detiene el
caminante.
Los días son piedras que se acumulan unas sobre otras...
BALANCE
He viajado, me he cansado y escrito poco
pero pensé mucho en el regreso, cuarenta años.
El hombre en todas las edades es un niño:
la ternura y la brutalidad de la cuna;
a lo demás de pone límite la mar, como a la orilla,
a nuestro abrazo y al eco de nuestra voz.
Yorgos Seferis
Poesía Completa


