Cuadríptico. Residencia artística en Can Lis, Mallorca. Mayo 2025. César Barrio
Pero en el agua está la luz. Sin luz o con luz, con más o menos luz, el agua es otra. Con su ruido, de noche, incluso en la ciudad, donde de noche no es del todo la noche, el agua es otra. "Extraño, que la tierra se divida en agua y pensamiento", rumiaba el fumigador de guardia.
Otro país, otro paisaje,
otra ciudad.
Un lugar desconocido
y un cuerpo desconocido,
tu propio cuerpo, extraño
camino que conduce
directamente al miedo.
El cuerpo como otro,
y otro paisaje, otra ciudad;
atardecer entre las piedras
más dulcemente hermosas
que has visto,
piedras de miel como luz.
LA CAÍDA DE ÍCARO
1
Los atardeceres se suceden,
hace frío
y las casas de adobe en las afueras
se reflejan sobre charcos quietos.
Tierra removida.
Cézanne elevó la nature morte
a una altura
en que las cosas exteriormente muertas
cobran vida, dice Kandinsky.
Vida es emoción.
Pero quedará de vosotros
lo que ha quedado de los hombres
que vivieron antes, previene Lucrecio.
Es poco: polvo, alguna imagen tópica
y restos de edificios.
El alma muere con el cuerpo.
El alma es el cuerpo. O tres fotografías
quedan, si alguien muere.
También un gesto inexplicable,
díscolo para los ojos, desafío,
erizado. Cuerpo es lo otro.
Irreconocible. Dolor.
Solo cuerpo. Cuerpo es no yo.
No yo.
(...)
Hablo contigo,
te hablo de una casa que he visto por la calle,
descascarrillada bajo la lluvia,
o de cómo a veces
me quedo sentada mirando sin ver
o de qué extraños los pájaros.
Te hablo, anciana, o hablo para mí,
imagino tu cuerpo
que seva aquietando poco a poco
mientras coloco en una jarra
unas ramas de almendro;
las cogí hace tres años, pero no se han podrido
ni han caído las flores.
No significa nada,
tampoco la casa bajo la lluvia
significa nada, ni el lento
deterioro, pero todo es extraño
como pájaros. Recuerdos personajes
de Ozu: el padre, la madre,
son ancianos también, es su vacío
antes de morir;
mi vacío es este tiempo que se extiende
reflejada en los otros,
su envejecer, su fealdad es la mía.
Te hablo,
pero solo puedo hablarme,
he sentido por ti el rencor que sentimos
hacia los que hemos amado;
ahora estoy tranquila,
miro al vacío,
te oigo dentro de mí.
O de pronto paseo
cerca de un puente, es finales
de octubre, siento
una alegría difícil de explicar.
La alegría es misteriosa,
externa como un chaparrón,
la tristeza, en cambio, forma parte del ser,
casi constante, solapada en todo caso,
razonable siempre.
cuando ya no hay sol
pero las paredes de adobe
son aún rosadas,
cuando todavía los pájaros
revolotean
y después van quedándose
quietos, desaparecen,
cuando el verde de la cebada
se recobra, los cardos
se elevan,
el almendro en el palomar derruido,
poco a poco se va yendo la luz,
el adobe es ahora
muy pálido, muy pálido,
el espacio del valle
se ahonda.
Con el lápiz recorre
los huecos de la casa, señala
al levantarlo ventana y puerta, distribuye
en proporción espacios, con el lápiz
conoce: así era, por eso
no había puerta en aquel cuarto y la luz
deslizaba penumbra. Raras
distancias y presencias. De aquella
cocina la dulzura es, pero sabe
salina si aparece dentro. Porque
no tenía ventana, lienzo
de algodón y cocina
al oeste. Advierte: son
las casas de la misma
sustancia de los sueños.
Bajo el signo de lo que huye todo vibra,
indistintas la casa que se renueva
o la que se repliega y amortigua. Vivir
de prestado, mariposa
al calor del pavimento. La desdicha
ampara curvas de caracol, abre
un ojo grande: huertas
con flores, pulpa roja,
interiores de un sueño, tablas
desportilladas te han de astillar.
Levanta los ojos y pájaros, por azar,
cruzan el cielo y es de aire
su ausencia. La luz que los alivia,
era de azar y noche
aquella claridad, un cantar que venía
sin música, porque era dentro
la música. Y breve. Se va viviendo
dentro de los ojos. Alarga
la polilla como un pavo
ceniza su abanico. Anima 11. Lo que fue
del amor, ojo y patitas. Vio tesoros
de luz, donde están la nieve
y el granizo y el rocío y la lluvia. Un vaso
de cristal, la penumbra en suspenso.
Dime,
ven esta noche a mi sueño un instante,
ven que te oiga, con levísimas flores
madruga hasta mí por el silbido
del mirlo, ya que toda tu vida fue de estricta
(penosa, enferma) actividad, salvo estos años
(alma del corazón, cantares) últimos.
A veces falta cierta ordenada
manera. Si se ignora en qué sentido
giran las agujas, se abre abrupto el hueco,
sume los ojos el caracol.
Si, en cambio, se lee que la artista –Agnes Martin–
en sus cincuenta últimos años no miraba la prensa, o
que el artista –Anselm Kiefer– construyó siete torres,
siete altos palacios celestiales y grises moldeados en
cemento, erizados de hierro y lastrados con plomo
–para que puedan al inclinarse temblar– en una in-
mensa factoría abandonada,
uno respira esa
burbuja calma o aire
o luz del cielo.
voy por el mundo como en un sueño, los valles
frutales encajados en el relieve áspero, las personas
en un cerro junto a una de esas esculturas
simbólicas contempla la ciudad, barrios de bloques
repetidos, viaje en tren, velocidad alta y destino
seguro, sin metáfora, voy y miro y todo es
como si no fuera yo quien lo mirara.
Olvido García Valdés
La caída de Ícaro

