21.12.25

 

Cuadríptico. Residencia artística en Can Lis, Mallorca. Mayo 2025. César Barrio





Pero en el agua está la luz. Sin luz o con luz, con más o menos luz, el agua es otra. Con su ruido, de noche, incluso en la ciudad, donde de noche no es del todo la noche, el agua es otra. "Extraño, que la tierra se divida en agua y pensamiento", rumiaba el fumigador de guardia.



Otro país, otro paisaje,

otra ciudad.

Un lugar desconocido

y un cuerpo desconocido,

tu propio cuerpo, extraño

camino que conduce

directamente al miedo.

El cuerpo como otro,

y otro paisaje, otra ciudad;

atardecer entre las piedras

más dulcemente hermosas

que has visto,

piedras de miel como luz.



LA CAÍDA DE ÍCARO


1

Los atardeceres se suceden,

hace frío

y las casas de adobe en las afueras

se reflejan sobre charcos quietos.

Tierra removida.


Cézanne elevó la nature morte

a una altura

en que las cosas exteriormente muertas

cobran vida, dice Kandinsky.

Vida es emoción.

Pero quedará de vosotros

lo que ha quedado de los hombres

que vivieron antes, previene Lucrecio.

Es poco: polvo, alguna imagen tópica

y restos de edificios.

El alma muere con el cuerpo.

El alma es el cuerpo. O tres fotografías

quedan, si alguien muere.


También un gesto inexplicable,

díscolo para los ojos, desafío,

erizado. Cuerpo es lo otro.

Irreconocible. Dolor.

Solo cuerpo. Cuerpo es no yo.

No yo.

(...)



Hablo contigo,

te hablo de una casa que he visto por la calle,

descascarrillada bajo la lluvia,

o de cómo a veces

me quedo sentada mirando sin ver

o de qué extraños los pájaros.

Te hablo, anciana, o hablo para mí,

imagino tu cuerpo

que seva aquietando poco a poco

mientras coloco en una jarra

unas ramas de almendro;

las cogí hace tres años, pero no se han podrido

ni han caído las flores.

No significa nada,

tampoco la casa bajo la lluvia

significa nada, ni el lento

deterioro, pero todo es extraño

como pájaros. Recuerdos personajes

de Ozu: el padre, la madre,

son ancianos también, es su vacío

antes de morir;

mi vacío es este tiempo que se extiende

reflejada en los otros,

su envejecer, su fealdad es la mía.

Te hablo,

pero solo puedo hablarme,

he sentido por ti el rencor que sentimos

hacia los que hemos amado;

ahora estoy tranquila,

miro al vacío,

te oigo dentro de mí.

O de pronto paseo 

cerca de un puente, es finales

de octubre, siento

una alegría difícil de explicar.


La alegría es misteriosa,

externa como un chaparrón, 

la tristeza, en cambio, forma parte del ser,

casi constante, solapada en todo caso,

razonable siempre.



cuando ya no hay sol

pero las paredes de adobe

son aún rosadas,

cuando todavía los pájaros

revolotean

y después van quedándose

quietos, desaparecen,

cuando el verde de la cebada

se recobra, los cardos

se elevan,

el almendro en el palomar derruido,

poco a poco se va yendo la luz,

el adobe es ahora

muy pálido, muy pálido,

el espacio del valle

se ahonda.



Con el lápiz recorre

los huecos de la casa, señala

al levantarlo ventana y puerta, distribuye

en proporción espacios, con el lápiz

conoce: así era, por eso

no había puerta en aquel cuarto y la luz

deslizaba penumbra. Raras

distancias y presencias. De aquella

cocina la dulzura es, pero sabe

salina si aparece dentro. Porque

no tenía ventana, lienzo

de algodón y cocina

al oeste. Advierte: son

las casas de la misma

sustancia de los sueños.



Bajo el signo de lo que huye todo vibra,

indistintas la casa que se renueva

o la que se repliega y amortigua. Vivir 

de prestado, mariposa

al calor del pavimento. La desdicha

ampara curvas de caracol, abre

un ojo grande: huertas

con flores, pulpa roja,

interiores de un sueño, tablas

desportilladas te han de astillar.



Levanta los ojos y pájaros, por azar,

cruzan el cielo y es de aire

su ausencia. La luz que los alivia,

era de azar y noche

aquella claridad, un cantar que venía

sin música, porque era dentro

la música. Y breve. Se va viviendo

dentro de los ojos. Alarga

la polilla como un pavo

ceniza su abanico. Anima 11. Lo que fue

del amor, ojo y patitas. Vio tesoros

de luz, donde están la nieve

y el granizo y el rocío y la lluvia. Un vaso

de cristal, la penumbra en suspenso.

                                                          Dime,

ven esta noche a mi sueño un instante,

ven que te oiga, con levísimas flores

madruga hasta mí por el silbido

del mirlo, ya que toda tu vida fue de estricta

(penosa, enferma) actividad, salvo estos años

(alma del corazón, cantares) últimos.



A veces falta cierta ordenada

manera. Si se ignora en qué sentido

giran las agujas, se abre abrupto el hueco,

sume los ojos el caracol.

Si, en cambio, se lee que la artista –Agnes Martin–

en sus cincuenta últimos años no miraba la prensa, o

que el artista –Anselm Kiefer– construyó siete torres,

siete altos palacios celestiales y grises moldeados en 

cemento, erizados de hierro y lastrados con plomo 

–para que puedan al inclinarse temblar– en una in-

mensa factoría abandonada,

uno respira esa

burbuja calma o aire

o luz del cielo.



voy por el mundo como en un sueño, los valles

frutales encajados en el relieve áspero, las personas

en un cerro junto a una de esas esculturas

simbólicas contempla la ciudad, barrios de bloques

repetidos, viaje en tren, velocidad alta y destino

seguro, sin metáfora, voy y miro y todo es

como si no fuera yo quien lo mirara.



Olvido García Valdés

La caída de Ícaro