PARVADAS
Hay todavía parvadas;
tal vez para los pájaros
juntarse muchos
es descansar del vuelo,
como sentarse,
como cruzar la pierna.
A veces, aquí
y allá, se forman
largos corredores
en el cielo tosco;
hechos de un cielo
más benigno,
volar por ellos
es recobrar el vuelo
como es, como
se siente solo el primer día,
cuando se vuela sin objeto,
solo para vivir,
para acabar de ser un pájaro.
Apenas se abre uno
los pájaros acuden
de las cercanías,
se forma la parvada.
Pero tal vez no es cierto
que les gusten;
endurecidos por los años,
tal vez los sientan
como grietas,
como unas fallas
que corren a tapiar.
PARA SENTIRSE VIVO
En la naturaleza
todo está de pie:
los árboles,
los pájaros que están
sobre los árboles,
las hojas que se estiran
para limpiarse de las ramas.
Y cada uno piensa que los otros
son el suelo.
Las hojas creen
que toda rama está acostada
y ciega,
los pájaros
que el árbol ya no crece,
que es una especie de ruina,
y el árbol cree
que no hay más árboles,
no cree más que en sí mismo.
Nadie soporta que el sustrato
en que se apoya
tenga una vida propia,
que no esté muerto,
extinto,
que sea ligero.
Paras sentirse vivo
hay que pisar una desolación,
algo que ya no tiene nada
que decir.
en la ciudad más prostituida,
más circular,
más envidiada,
todo se deteriora
al acercarse a ella,
todo trabaja en su favor
para dejarla inalcanzable.
A lo mejor se nace siempre así,
a lo mejor todos nacimos en Alejandría.
Jamás he de volver a verla
porque mi edad, mis versos
(¿no son lo mismo?)
se han hecho
de esta lejanía,
no de otra cosa.
Mi verdadero lujo
es este: haber nacido
donde no he de volver jamás,
casi no haber nacido.
Cuando me muera,
si he de morir,
me moriré más lejos que ninguno.
Alejandría paciente,
sensual y un poco púrpura,
privilegiada y blanda
como una vieja sierva
que de tanto ensuciarse
y gastarse por siglos
se ha vuelto extrañamente
pura y casi mística.
(...)
A TIENTAS
Cada libro que escribo
me envejece,
me vuelve un descreído.
Escribo en contra
de mis pensamientos
y en contra del ruido
de mis hábitos.
Con cada libro
pago un viaje
que no hice.
En cada página que acabo
cumplo con un acuerdo,
me digo adiós
desde lo más recóndito,
pero sin alcanzar a ir muy lejos.
Escribo para no quedar
en medio de mi carne,
para que no me tiente el centro,
para rodear y resistir,
escribo para hacerme a un lado,
pero sin alcanzar a desprenderme.
Cambié mis versos,
los hice menos melodiosos,
quité los puntos,
los materiales de sostén,
las costras adheridas.
(...)
Rompí mis versos,
a fuerza de quitarles costras
(...)
¿Qué versos que calaran hondo
no venían,
de esos que nadie escribe,
que están escritos ya,
que inventan al poeta que los dice?
Porque los versos no se inventan,
los versos vienen y s forman
en el instante justo de quietud
que se consigue,
cuando se está a la escucha
como nunca.
Me habría gustado
probar todas las jaulas
y cada vez salir sonriente,
hacer del escapismo un arte
y al fin huir del arte mismo,
vivir en pos del más pequeño alarde,
siempre llevándome a otra parte
(...)
Lo que viene
de lo más profundo,
nos viene como un soplo
o como un sueño
(...)
busco lo mismo: una lisura que no existe,
una materia fácil como un soplo,
algo que dicho y repetido no se arrugue
y vuelva exactamente a su contorno.
(...)
y solo la curvatura de la tierra,
que no siento,
corrige
este elevarme sin descanso, traduciendo
el ave que hay en mí en un pájaro
que busca, en otro clima, un árbol.
Escribo como quien recoge agua
de los muros
Miente la piedra, entonces,
las palabras engañan,
la lisura no existe,
es nuestra enfermedad,
en todo hay un abajo,
un atrás de, un fondo,
y hay que esperar el día
que un ligero hundimiento,
un desplome en algún
recodo te sorprenda
y ponga ante tus ojos
la oculta levadura,
el esfuerzo de otros,
el hilo conductor
que todo lo sostiene,
para que tu recuerdes
que hay una historia nómada,
anónima, sin voces,
carente de escritura,
que se desliza oculta
debajo de la otra,
y no hay por qué escribirla,
sino escucharla a fondo
ahí donde se encuentra,
llevarla en nuestra piel
mejor que en nuestra lengua
para no hacerle trampas,
y que ella nos defienda
del olvido, de engaños,
de simplificaciones.
(...)
y yo,
que siempre vi ese vaso
lleno,
inextinguible,
plantado en mí
como un gran árbol,
como una segunda casa
en todas partes,
una certeza, un nudo
que nadie desataría
(un coto inaccesible,
un refugio),
descubro una verdad
que por demás
siempre he sabido:
el que conquista
se descuida siempre
y por la espalda y la memoria
cojean los nómadas
y los advenedizos.
Hay que voltear atrás
tarde o temprano,
soldarse a algún pasado,
pagar todas las deudas
-de un solo golpe
si es posible.
Fabio Morábito
Ventanas encendidas. Antología poética