2.12.11


Ecritures illisibles. Bernard Réquichot


Ilegible

En 1930, el arqueólogo Persson descubrió en una tumba micénica una ánfora que presentaba grafismos en el borde de la boca; sin inmutarse, tradujo la inscripción, ya que reconoció en ella palabras que se parecían al griego; pero más adelante, otro arqueólogo, Ventris, demostró que no era una escritura, sino un simple garrapateo; por lo demás, en uno de sus extremos, el dibujo acababa en curvas netamente decorativas. Réquichot sigue el camino inverso (que es el mismo): una composición de espirales de septiembre de 1956 (el mes en que estableció la reserva de las formas que usaría más tarde) acaba (por abajo) en una línea de escritura. Nace así una semiografía particular (que ya habían practicado Klee, Ernst, Michaux y Picasso): la escritura ilegible. Quince días antes de su muerte, Réquichot escribirá en dos noches seis textos indescifrables que lo seguirán siendo por toda la eternidad; no obstante, enterrados bajo un cataclismo futuro, podrían encontrar sin duda, un Persson que los tradujera; puesto que sólo la Historia da fundamento a la legibilidad de una escritura; en cuanto a su ser, el de la escritura se basa, no en su sentido (su función comunicativa) sino en la rabia, la ternura o el rigor con que están trazados sus palos y sus curvas.
Las últimas cartas de Réquichot, testamento ilegible, nos dicen varias cosas: en primer lugar, que el sentido es siempre contingente, histórico, inventado (por algún confiado arqueólogo): nada separa a la escritura (que se supone comunica) de la pintura (que se supone que expresa): ambas están hechas del mismo material, que quizás es, simplemente, como en las más modernas cosmogonías, la velocidad (las escrituras ilegibles de Réquichot son tan arrebatadas como algunas de sus telas). Otra cosa: lo ilegible no es sino lo que se ha perdido: escribir, perder, volver a escribir, montar el juego infinito del encima y del debajo, acercarse al significante, convertirlo en gigante, en un monstruo de presencia, disminuir el significado hasta lo imperceptible, desequilibrar el mensaje, guardar su forma en la memoria, no su contenido, alcanzar lo impenetrable definitivo, en resumen, poner toda la escritura, todo el arte, en forma de palimpsesto, y que ese palimpsesto sea inagotable, que lo que ya se escribió retorne sin cesar en lo que se está escribiendo para volverlo sobrelegible, es decir, ilegible. En resumen, Réquichot ha utilizado el mismo movimiento para escribir sus letras ilegibles y para practicar el palimpsesto pictórico, cortando y cosiendo lienzos uno sobre otro, desclavando y volviendo a manchar sus pinturas tachistas, introduciendo el Libro, por sus guardas, en sus grandes composiciones de Textos Escogidos. Toda esta sobre-escritura, garrapateo de la nada, se asoma al olvido: es la memoria imposible: "En las islas de Noruega se desentierran -dice Chateaubriand- unas urnas grabadas con caracteres indescifrables. ¿A quién pertenecen esas cenizas? Los vientos no saben nada".

Roland Barthes
Lo obvio y lo obtuso. Réquichot y su cuerpo