4.12.11

Je ne sais pas c´qui m´quoi.

El cuerpo

Dentro
Son muchos los pintores que han reproducido el cuerpo humano, aunque ese cuerpo siempre era el de otro. Réquichot sólo pinta su propio cuerpo: y no ese cuerpo exterior que el pintor copia mirándose a través, sino un cuerpo por dentro; su interior sale fuera, pero ya es otro cuerpo, cuyo ectoplasma, violento, aparece con brusquedad gracias al enfrentamiento de dos colores: el blanco de la tela y el negro de los ojos cerrados. Una revulsión generalizada sobrecoge entonces al pintor; revulsión que no saca a la luz vísceras ni músculos, sino tan sólo una maquinaria de movimientos repulsivos y gozosos; es el momento en que la mataria (el material) se absorbe, se abstrae en la vibración, empastada o hiperaguda: la pintura (aún empleamos este término para toda clase de tratamientos) se convierte en un ruido ("El extremo agudo del ruido es una forma de sadismo"). Este exceso de materialidad es lo que Réquichot denomina lo meta-mental. Lo meta-mental es lo que niega la oposición teológica entre cuerpo y alma: es el cuerpo sin oposición y, por tanto, privado, por así decirlo, de sentido; el dentro resulta una bofetada asestada a lo íntimo.
A partir de ahí, la representación sufre un trastorno, y también la gramática: el verbo "pintar" alcanza una curiosa ambigüedad: su objeto (lo pintado) tan pronto es lo mirado (el modelo) como lo recubierto (la tela): Réquichot no tiene preferencias en cuanto a objeto: se interroga a la vez que se altera: se pinta a la manera de Rembrandt y a la manera de un piel roja. El pintor es, a la vez, un artista (que representa algo) y un salvaje (que pintarrajea y escarifica su cuerpo).




Los relicarios
Sin embargo, al ser cajas en cuyo fondo hay algo que ver, Los Relicarios tienen algo de máquinas endoscópicas. Lo que está puesto ahí, al final de nuestra mirada, como un campo profundo, ¿no es el magma interno del cuerpo? ¿No es un pensamiento fúnebre y barroco el que regula la exposición del cuerpo anterior, el de antes del espejo? ¿No son los relicarios vientres abiertos, tumbas profanadas ("Lo que nos afecta muy de cerca no puede volverse público sin profanación")?
No. Esta estética de la visión y esta metafísica del secreto también se oscurecen de inmediato cuando se sabe que a Réquichot le repugnaba enseñar sus pinturas y sobre todo que invertía años en la confección de un Relicario. O sea, que la caja, para él, no era el marco (reforzado)  de una exposición, sino más bien una especie de espacio temporal, el recinto en que su cuerpo trabajaba, se trabajaba: se recortaba, se añadía, se enrollaba, se extendía, se descargaba: gozaba: la caja es un relicario, pero no de huesos de santos o de pollos, sino de los placeres de Réquichot. Del mismo modo se encuentran en la costa del Pacífico antiguas tumbas peruanas en las que el muerto aparece rodeado de estatuillas de barro cocido: éstas no representan ni a sus parientes ni a sus dioses, sino sus maneras preferidas de hacer el amor; lo que la muerte se lleva no son sus bienes, como ocurre en otras religiones, sino las huellas de sus goces.

Roland Barthes
Lo obvio y lo obtuso. Réquichot y su cuerpo