Por encima de todo el interior de la bella iglesia mexicana de Tonanzintla, el muro proliferante de máscaras del templo maya de Kabah, los mosaicos del parque Güell de Barcelona, el biombo de Ramón Gomez de la Serna, La caída de los ángeles de Rubens, y un collage dadaísta de Paul Citroën, y después del barroco intemporal, el barroco involuntario: las formaciones de madréporas y los cementerios de automóviles, el amontonamiento de algunas tiendas de ultramarinos y la superposición de carteles publicitarios en los muros, las maniáticas colecciones de etiquetas y la aglomeración de exvotos populares en las iglesias, la entrada en la plaza de toros de Pamplona tras un encierro y ciertas mesas de trabajo, los depósitos de basura y el manuscrito famoso de la Vieille fille de Balzac, los graffiti en los muros superpuestos y el laberinto de entrañas de los aparatos electrónicos, la belleza de la paella todavía intacta en la sartén y el mar de los Sargazos. Todo el caos del universo en una parcela de confusión. Amor por todo aquello donde el desorden llenador significa ausencia de estructura y proliferación de múltiples focos irradiantes que proporcionan, en la observación de la totalidad, nuevos ritmos orgánicos, conmociones en el apretado ambiente y detalles que surgen de la lava y se afirman.
Antonio Saura