El vestigio del arte
¿Qué queda del arte? Acaso sólo un vestigio. Eso es, al menos, lo que se dice en nuestros días, una vez más. Al proponer como título de esta conferencia "El vestigio del arte", simplemente tengo en vista lo siguiente: de suponer que, en efecto, no queda más que un vestigio -a la vez una huella evanescente y un fragmento casi inasible-, esto mismo podría ser apto para ponernos sobre la pista del propio arte o, cuando menos, de algo que le fuera esencial, si podemos plantear la hipótesis de que lo que queda es también lo que más resiste. A continuación, tendremos que preguntarnos si ese algo esencial no será también del orden del vestigio, y si el arte en su totalidad no manifiesta mejor su naturaleza o su meta cuando se convierte en vestigio de sí mismo: cuando, apartado de la grandeza de las obras que crean mundos, parece pasado y no muestra ya más que su pasaje.
En esa medida -medida inmensa, en verdad inconmensurable-, el arte se impone en nuestro tiempo un gesto severo, un rumbo penoso hacia su propia esencia convertida en enigma, enigma manifiesto de su propio vestigio. No es la primera vez: acaso toda la historia del arte esté constituida por sus tensiones y torsiones encaminadas a su propio enigma. Tensión y torsión parecen hoy haber llegado a su punto culminante. Tal vez sea una apariencia y tal vez, también, la concentración de un acontecimiento en marcha desde hace al menos dos siglos, o bien desde los comienzos de Occidente. Sea como fuere, "arte" vacila con respecto a su sentido tanto como "mundo" lo hace en lo que concierne a su ordenamiento o su destino. En ese aspecto, no hay querella que pueda sostenerse: debemos acompañar ese rumbo, debemos saber hacerlo. Es, con toda exactitud, algo del orden del deber y el saber más rigurosos, y no del orden de los arrebatos, las execraciones o las celebraciones ciegas.
Si se quiere estar muy atento y ponderar con precisión las palabras y su historia, se admitirá que hay una definición de arte que engloba todas las demás (al menos para Occidente, aunque, claro está, "arte" es un concepto occidental). Es, y no hay causalidad alguna, la definición de Hegel: el arte es la presentación sensible de la Idea.
Para captar, no la identidad simple, sino la profunda homogeneidad de esas fórmulas, basta con no olvidar que la Idea hegeliana no es en modo alguno la Idea intelectual. No es ni el ideatum de una noción ni el ideal de una proyección. La Idea es, en cambio, la reunión en sí y para sí de las determinaciones del ser (para sintetizar, también puede llamársela verdad, sentido, sujeto e incluso ser). La Idea es la presentación a sí del ser o la cosa. es, de tal modo, su conformación y su visibilidad interna, y también la cosa misma en cuanto es vista, palabra que debe tomarse a la vez como sustantivo (la cosa como una forma visible) y como adjetivo (la cosa vista, aprehendida en su forma, pero a partir de sí o de su esencia).
Según ese criterio, el arte es la visibilidad sensible de esta visibilidad inteligible, es decir, invisible.
De este modo, toda la modernidad que habla de lo invisible o lo impresentable siempre está, por lo menos, en trance de prolongar este motivo. Es este -otro ejemplo- el que gobierna las palabras de Klee grabadas sobre su tumba y citadas por Merleau-Ponty: "Soy invisible en la inmanencia."
Lo que cuenta, entonces, es lo siguiente: una visibilidad de lo invisible como tal, o la idealidad hecha presente, aunque sea en la presencia paradójica de un abismo, su noche o su ausencia. Esto mismo es lo que constituye lo bello, desde Platón y más aún, quizá, desde Plotino, pata quien, en el acceso a la belleza, se trata de convertirse, en la propia intimidad, en luz y visión pura y, así, en el único ojo de ver la suprema belleza. Plotino). La suprema belleza, o el resplandor de la verdad, o el sentido del ser. El arte, o el sentido sensible del sentido absoluto. Y esto, además, constituye lo bello al ir más allá de sí en lo "sublime" y luego en lo "terrible", así como en lo "grotesco", en la implosión de la "ironía", en una entropía general de las formas o en la posición pura y simple de un objeto ready-made.
El arte viene a detenerse y coagularse como si lo hiciera en el último fulgor de la Idea, su residuo puro y oscuro. En el límite, ya no queda más que la Idea del arte mismo, como un puro gesto de presentación replegado sobre sí. Pero ese residuo funciona aún como la Idea, incluso como Idea pura del sentido puro, o como una visibilidad ideal sin otro contenido que la luz misma: como el puro núcleo de tinieblas de una autoimitación absoluta.
Y ese carácter residual no es el carácter vestigial del que hablaré. Es su reverso.
En verdad, el rasgo notable de muchas obras de la actualidad no está en lo informe o en la deformidad, en lo repugnante o en lo "cualquiera", sino en la búsqueda, el deseo o la voluntad del sentido. Se quiere significar: el mundo y lo inmundo, la técnica y el silencio, el sujeto y su ausencia, el cuerpo, el espectáculo, la insignificancia o la pura voluntad de significar. Una "búsqueda de sentido" es el leitmotiv (más o menos consciente) de quienes olvidan, como el Wagner de Parsifal, que la estructura de la búsqueda es una estructura de huida y pérdida, en la que el sentido deseado pierde poco a poco toda su sangre.
La Idea, al presentarse, se retira en cuanto Idea. Ese es el enunciado que hay que examinar con detenimiento.
Como mínimo, está claro que si el arte queda definido como una relación de la imagen con la Idea, o de la Imagen con lo inimaginable (doble relación que, poco más o menos, determina la división, en la tradición, de lo bello y lo sublime en las determinaciones filosóficas del arte), lo que se retira con la imagen es, pues, el arte en su totalidad. Y es, en efecto, lo que Hegel vio venir. Si su fórmula conoció tanta fortuna, e incluso experimentó ampliaciones y tergiversaciones, fue sólo porque era verdadera y porque el arte comenzaba a terminar con su función de imagen.
Lo que queda retirado de la imagen, o lo que permanece en su retiro, como ese retiro mismo, es en efecto, el vestigio.
Ese otro modo, el modo vestigial, se caracteriza por lo siguiente (sigo aquí el análisis de Tomás de Aquino): el vestigio es un efecto que "sólo representa la causalidad de su causa, pero no su forma". Tomás de Aquino pone como ejemplo el humo, cuya causa es el fuego. En efecto, con referencia al sentido de la palabra vestigium, que designa en primer lugar la suela o la planta del pie, una huella, la impronta de un paso, agrega: "El vestigio muestra que hubo movimiento de algún transeúnte, pero no de qué transeúnte". El vestigio no identifica su causa o su modelo, a diferencia (siempre según el ejemplode Tomás de Aquino) de "la estatua de Mercurio, que representa a Mercurio", y que es una imagen. (Es menester recordar aquí que, en los conceptos aristotélicos, el modelo también es una causa, la causa "formal".)
En tales condiciones, lo que postulo aquí -y que, a mi entender, se propone en forma expresa desde Hegel- es que el arte es humo sin fuego, vestigio sin Dios, y no presentación de la Idea. Fin del arte-imagen, nacimiento del arte-vestigio; o bien, advenimiento de lo siguiente: que el arte siempre fue vestigio (y que, por consiguiente, siempre estuvo sustraído al principio ontoteológico). Pero, ¿cómo entender esto?
Sería preciso entonces distinguir, en el arte, imagen y vestigio, directamente en la obra de arte y en una misma obra, y quizás en todas.
El hombre es imago en cuanto rationalis, pero el vestigium es sensible. Y con ello se dice, por lodemás, que lo sensible es el elemento en el cual, o la manera del cual, la imagen se borra y se retira. La Idea se pierde en ello, y deja su huella, claro está, pero no como la impronta de su forma: como el trazado, el paso, de su desaparición misma. No la forma de su autoimitación, sino lo que de ella queda cuando esta no ha tenido lugar.
El pasaje constituye el segundo rasgo: el vestigio da testimonio de un paso, una marcha, una danza o un salto, una sucesión, un impulso, una recaída, un ir o venir, un transire. No es una ruina, que es el resto arrugado de una presencia, sino apenas un toque en el mismo suelo.
El vestigio es el resto de un paso. No es una imagen, pues el paso mismo consiste en su propio vestigio. Es imposible decir literalmente que el paso tiene lugar: en cambio, un lugar en el sentido fuerte de la palabra es siempre el vestigio de un paso.
Que el arte sea hoy su propio vestigio: tal el aspecto que nos abre a él. No es una presentación degradada de la Idea ni la presentación de una Idea degradada: el arte presenta lo que no es "Idea", la moción, la llegada, el pasaje, lo ido de toda venida a la presencia. Así, en el "Infierno" de Dante, un hundimiento adicional de la barca o el rodar de algunas piedras señalan a los condenados -pero sin hacérselo ver- el pasaje invisible de un viviente.
Jean-Luc Nancy
Las Musas