8.12.25

 

Entierro de Cristo (Deposizione), 1602-1604. Caravaggio





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(...) lá onde se trata de conseguir discernir a própria escuridão como a única luz e a única coisa para ver, como a própria visão. Lá, em lado nenhum, onde se trata de consentir que o exterior tome finalmente todo o interior. Lá onde o si finalmente se liberta de si.


Jean-Luc Nancy, Tombe de sommeil



Luz de presença


Se no espaço tumular "a escuridão é a única luz e a única coisa para ver" (como Jean-Luc Nancy escreve na epígrafe escolhida para este texto), então compreende-se porque é que a pintura existe: é preciso velar (pel´)a escuridão. É preciso ser como uma sentinela, vigiar a noite, e é preciso cuidar dela, velar pela noite. A luz da pintura é como uma luz de presença. ela existe para tornar visível a obscuridade, e não para iluminar as tarefas ou as acções, os instrumentos e os significados do dia. Ela ilumina o mundo sobre um fundo de ausência. É lux e não lumen, seguindo uma distinção que Nancy gostava de usar noutras paragens. (A este respeito, talvez não seja anódino que o homem da lanterna, no quadro intitulado A Captura de Cristo, constitua provavelmente um auto-retrato de Caravaggio...) O "sujeito" de uma pintura nunca é, portanto, o que ela representa, mas a luz que aí se apresenta, a luz de presença trazida pelo pintor para que o mundo possa ver, novamente, o dia. A pintura é o dia visto à luz da noite, da "noite do mundo" – na dupla acepção aqui proposta: a noite que vem das profundezas de um olhar, a noite que provém do fundo ateu da nossa história. Através da pintura, procuramos uma luz de vigília na noite do mundo. Cada pintura é como uma luz de presença que pomos no quarto da nossa infância: o pintor cria uma imagem para responder "presente" à noite em que tudo se ausenta, em que tudo estava ausente. Esta resposta, pórem, não mediatiza a presença e a ausência, não faz passar uma pela outra, nem as subsume numa Presença gloriosa. A pintura responde à noite e isso quer dizer que assume responsabilidade por ela: cada quadro testemunha de uma visão da noite, mostrando-a sob o aspecto luminoso de pigmentos ou de cristais, na forma de pó ou de líquido, ou na própria forma impalpável da luz. (...)



A imagem pura


"A imagem pura é no ser o terramoto que abre a falha da presença. Onde o ser existia em si mesmo, a presença não voltará mais a si: é assim que ela é, ou que ela será, para si mesma. Compreendemos como o tempo é, em muitos aspectos, a própria violência..."

"Há portanto um rasgar do ser no ser, e a imagem é o que se rasga. Ela traz em si a marca desse rasgão: o seu fundo monstruosamente aberto ao fundo, ou seja, ao reverso sem fundo da sua apresentação (as costas cegas do quadro)".



A derradeira questão


(...)

A derradeira questão – o que é que o desaparecimento faz aparecer? –, neste sentido, não requer uma resposta que resolva ou revele um enigma de conhecimento. Actua sobre nós como um trauma, o trauma daquilo que nem sequer vivemos mas que vamos viver para além da vida, aqui mesmo, fora da vida em toda a vida, abrindo-nos à noite que não passa. Provimos dessa noite, deixamo-nos atravessar por ela e, em improváveis momentos de graça, conseguimos devolvê-la uns aos outros, nesta ou naquela forma luminosa, como se estivéssemos a dar a todos o presente de ninguém. Esse trauma – essa ferida para sempre aberta – é o choque de existir que desencadeia repercussões. A arte é uma delas, responde à vida-morte, não como a decifração de um problema, mas precisamente como o retomar do choque, que bate, que ritma, o batimento e a re-percussão em nós da origem: daquela noite imemorial que nos destina à palavra e ao amor.


Tomás Maia

A Noite do Mundo

Jean-Luc Nancy no Atelier de Caravaggio






(...) allí donde se trata de lograr discernir la propia oscuridad como la única luz y la única cosa que ver, como la propia visión. Allí, en ninguna parte, donde se trata de consentir que el exterior tome finalmente todo el interior. Allí donde el sí finalmente se libera de sí.

Jean-Luc Nancy, Tombe de sommeil



Luz de presencia


Si en el espacio tumular “la oscuridad es la única luz y la única cosa que ver” (como Jean-Luc Nancy escribe en el epígrafe elegido para este texto), entonces se comprende por qué existe la pintura: es preciso velar por la oscuridad. Es preciso ser como un centinela, vigilar la noche, y es preciso cuidarla, velar la noche. La luz de la pintura es como una luz de presencia: existe para hacer visible la oscuridad, y no para iluminar las tareas o las acciones, los instrumentos y los significados del día. Ilumina el mundo sobre un fondo de ausencia. Es lux y no lumen, siguiendo una distinción que Nancy gustaba emplear en otros contextos. (A este respecto, quizá no sea irrelevante que el hombre de la linterna, en el cuadro titulado La captura de Cristo, constituya probablemente un autorretrato de Caravaggio...) El “sujeto” de una pintura nunca es, por lo tanto, lo que ella representa, sino la luz que allí se presenta, la luz de presencia llevada por el pintor para que el mundo pueda ver, de nuevo, el día. La pintura es el día visto a la luz de la noche, de la “noche del mundo” – en la doble acepción aquí propuesta: la noche que procede de las profundidades de una mirada, la noche que proviene del fondo ateo de nuestra historia. A través de la pintura, buscamos una luz de vigilia en la noche del mundo. Cada pintura es como una luz de presencia que colocamos en el cuarto de nuestra infancia: el pintor crea una imagen para responder “presente” en la noche en que todo se ausenta, en que todo estaba ausente. Esta respuesta, sin embargo, no mediatiza la presencia y la ausencia, no hace pasar una por la otra, ni las subsume en una Presencia gloriosa. La pintura responde a la noche, y esto quiere decir que asume responsabilidad por ella: cada cuadro testimonia una visión de la noche, mostrándola bajo el aspecto luminoso de pigmentos o de cristales, en forma de polvo o de líquido, o en la propia forma impalpable de la luz. (...)



La imagen pura


“La imagen pura es en el ser el terremoto que abre la falla de la presencia. Donde el ser existía en sí mismo, la presencia ya no volverá a sí: así es como ella es, o como será, para sí misma. Comprendemos cómo el tiempo es, en muchos aspectos, la propia violencia...”

“Hay por lo tanto un desgarramiento del ser en el ser, y la imagen es aquello que se desgarra. Lleva en sí la marca de ese desgarrón: su fondo monstruosamente abierto al fondo, es decir, al revés sin fondo de su presentación (el torso ciego del cuadro).”



La última cuestión


(...)

La última cuestión –¿qué es lo que hace aparecer la desaparición?–, en este sentido, no requiere una respuesta que resuelva o revele un enigma del conocimiento. Actúa sobre nosotros como un trauma, el trauma de aquello que ni siquiera hemos vivido pero que vamos a vivir más allá de la vida, aquí mismo, fuera de la vida en toda la vida, abriéndonos a la noche que no pasa. Procedemos de esa noche, nos dejamos atravesar por ella y, en improbables momentos de gracia, conseguimos devolvérnosla unos a otros, en esta o aquella forma luminosa, como si estuviéramos dando a todos el presente de nadie. Ese trauma –esa herida para siempre abierta– es el choque de existir que desencadena repercusiones. El arte es una de ellas, responde a la vida-muerte, no como la descodificación de un problema, sino precisamente como el retomar del choque, que golpea, que ritma, el latido y la repercusión en nosotros del origen: de aquella noche inmemorial que nos destina a la palabra y al amor.



Tomás Maia
La Noche del Mundo
Jean-Luc Nancy en el Atelier de Caravaggio